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El festival medieval de Hita, un viaje al pasado
En España son bastante populares las ferias del medievo, que están extendidas por numerosas localidades que cuentan con un castillo (o no) y que atraen a muchos turistas a sus mercados. Pero todos ellos siguen un patrón y una tónica que, hace más de 40 años, estableció el festival medieval de Hita, Guadalajara.
Este pueblo guadalajareño, célebre por su arcipreste, se engalana el primer sábado de Julio desde que en 1961 se celebrase su primer festival, más discreto y humilde pero pionero. La idea se le ocurrió a Manuel Criado del Val, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que escenificó ‘Doña Endrina’, fragmento de la obra que hizo famoso al pueblo, El Libro del Buen Amor. Organizado y promovido por el Doctor Criado, por el festival empezaron a pasar actores de renombre, ministros y famosos en general. En los años 70, la Diputación Provincial de Guadalajara tomó el relevo en la organización del evento, pero el verdadero punto de inflexión en el festival medieval de Hita sucedió a principios de los años 90, cuando sus habitantes comenzaron a volcarse de lleno en él, llevando todos durante su celebración vestimentas de época, decorando sus ventanas y balcones con pendones y participando en las representaciones que tienen lugar.
Esta dedicación se respira desde que pones un pie en la ciudad, la implicación de sus ciudadanos es loable y se nota que disfrutan con ello. Lo que en un principio parecía un típico mercadillo medieval a los pies de la muralla de Hita, pasó a ser algo más cuando llegamos a la Plaza del Arcipreste, uno de los epicentros de la celebración. Me sentía un poco fuera de lugar al ver a tanta gente ataviada como lavanderas, caballeros y campesinos. Exhibiciones de lucha, música callejera con instrumentos de la época, bufones y malabaristas amenizaban la calurosa tarde, mientras un escenario vacío esperaba ansioso la llegada de la noche para entrar en acción. Me llamaron la atención las botargas, figuras del folclore popular ataviados con máscaras, cuernos y cencerros, que se paseaban y bailaban al son de la música.
Antes he dicho que las representaciones teatrales son uno de los epicentros del festival. Compañías de renombre y amateurs representan obras diversas y en especial de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, a quien debemos esta estupenda fiesta, y que han colocado Hita en el mapa de los festivales de España. El otro atractivo del festival lo ponen las justas medievales, que van precedidas por una procesión popular hasta llegar al palenque construido para tal fin en las afueras de la muralla. Los caballeros suelen ser los mismos todos los años y engalanan sus monturas con gualdrapas de terciopelo del color que los representan, en una estampa imponente. En el torneo caballeresco los participantes realizan pruebas de habilidad medievales como las justas con bohordos o ensartar anillos o sortijas en su bohordo. El público aplaude con entusiasmo al caballero de cuyo color es la grada en la que está y éstos y sus escuderos se enzarzan en piques y duelos entre ellos y con el público, que abuchea sin miramientos, metidos por completo en el espectáculo. Nosotros no pudimos estar en las gradas (ya que hay que comprar entrada para ello y se agotan con mucha rapidez), pero desde la muralla las vistas eran muy buenas y además podíamos escuchar los chismorreos de los aldeanos sobre los caballeros: que si éste es el sobrino del rey y por eso ha ganado esa prueba, que si este otro es malo con avaricia, etc.
El tercer atractivo del festival medieval de Hita es la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma, perteneciente, cómo no, al Libro del Buen Amor, y que es una parodia de las justas de la época. Por desgracia, Hita nos absorbió por completo y no pudimos asistir a él, lo que nos da una excusa perfecta para visitar una vez más este lugar. Y si os ha gustado lo que os he contado, estoy segura de que vosotros también lo visitaréis 🙂
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La casa de piedra de Alcolea, un lugar maravilloso cavado en la roca
España está llena de lugares peculiares y fascinantes, que muchas veces pasan desapercibidos para turistas y viajeros. En la provincia de Guadalajara, a escasos 10 km de Sigüenza, podemos encontrar un interesante ejemplo de ello: la casa de piedra de Alcolea del Pinar, un monumento al ingenio y al trabajo duro.
En este pequeño pueblo alcarreño vivía Lino Bueno, un hombre humilde que, sin lugar donde vivir después de la Guerra Civil y con una familia de la que ocuparse, decidió hacerse él mismo una vivienda dentro de una roca. Pidió permiso al alcalde y todo, que le fue concedido pensando que el hombre había perdido la cabeza; su sorpresa fue mayúscula cuando al cabo de 5 años, Lino completó la primera habitación. Día y noche siguió picando y ampliando su casa, hasta convertir el peñasco en una vivienda de dos plantas, con establo y cocina. Persona incansable y trabajadora, siguió picando la roca viva hasta que, a los 82 años murió, justo cuando estaba construyendo una nueva habitación.
Esta obra faraónica cogió cierta fama y llegó a oídos del Gobierno de la dictadura, que le concedió la medalla al trabajo a Lino Bueno. El galardón llevaba asociada una paga que no llegó a su destino, algo que por desgracia sucede a menudo a la gente humilde.
En mi primera visita me quedé maravillada de la capacidad de trabajo que las dificultades pueden desarrollar en el ser humano; más tarde, cuando visitamos las casas trogloditas de Matmata comprobé que hacerse la casa en la piedra es una respuesta más habitual de lo que parecía entre la gente con pocos recursos. Sin embargo, la casa de piedra de Alcolea es única, ya que el granito es muy difícil de trabajar y las dimensiones de la vivienda enormes teniendo en cuenta esto. De hecho, posee el Record Guiness por ser la mayor estructura cavada en roca viva por una sola persona (aunque no hemos podido comprobarlo).
A día de hoy, los nietos de Lino Bueno enseñan la casa a todo aquel que quiera verla. En nuestro caso nos guió Isidro, marido de una de las nietas, que con simpatía y amabilidad nos contó esta fascinante historia. La entrada es gratuita, y sólo aceptan la voluntad para mantener la vivienda, ya que no reciben subvenciones ni apoyo de ninguna institución. Eso sí, pagan sus impuestos de luz, agua y alcantarillado como todo buen vecino. Pero están preocupados, porque al parecer quieren hacerles declarar las donaciones que reciben de los visitantes, con lo cual no podrían seguir teniendo este lugar maravilloso abierto al público. ¿Creéis que deberían declarar estos ingresos aunque los obtengan a base de donaciones? ¿Vosotros qué opináis?