Bon Odori de Madrid, viviendo las fiestas japonesas
No sé si lo sabéis, pero a Alberto y a mí nos encanta la cultura japonesa y no desaprovechamos la oportunidad de vivir experiencias de todo tipo relacionadas con Japón. Y cuando nuestra amiga Merche nos comentó que se celebraba un matsuri (festival) en plena capital no pudimos resistirnos a descubrir el Bon Odori.
El Bon Odori es un festival de danza tradicional que se celebra cada año en verano y en el que se honra a los antepasados y los sacrificios que han hecho por nosotros con bailes alegres. Como muchas tradiciones y elementos de la cultura japonesa, es de origen budista; y como ocurre a menudo con estas cosas, el componente religioso, aunque sigue presente, para mucha gente no tiene tanta importancia, convirtiéndose en una ocasión para salir con amigos y disfrutar del ambiente y los puestos. Es tan popular que se celebra entre las comunidades japonesas que viven en el extranjero.
Aquí se realiza en el Colegio Japonés de Madrid, concretamente en su patio, que se llena de puestos de comida típica y en el centro se coloca un escenario pequeñito desde el que se van anunciando las actividades. Alrededor de esta columna central, se dibujan unas líneas que servirán de guía a la hora de bailar, ya que se hace en varios círculos concéntricos. Aquí os dejo un vídeo del Madrid Ondo, una de las danzas que se ejecutan. Si véis poca gente es porque acababa de empezar, estaban observando a las voluntarias para ver bien los pasos y poco a poco se fueron juntando decenas de personas dispuestas a pasarlo bien 🙂
Antes del evento principal (el baile), se hacen otras actuaciones, algunas realizadas por los alumnos del

Pero el Bon Odori no es sólo bailoteo, también se puede pasear entre los puestos de comida en los que participan restaurantes de la ciudad, o intentar capturar peces y globos en las populares «casetas» que, si habéis visto alguna serie de animación, seguro que os suenan. Estas actividades están pensadas y son las favoritas de los niños que acuden a la celebración. Bueno, y de algunos más mayores también 😉
Para terminar, deciros que la entrada al evento cuesta 5€ y que la comida de los puestos se paga aparte, mediante un sistema de puntos que se adquieren en un mostrador. También podemos participar en la rifa anual con productos de los numerosos patrocinadores del festival, por tan sólo 3€.
Así que si sois japonófilos como nosotros y vivís por Madrid, no perdáis la oportunidad de disfrutar de este auténtico matsuri japonés, donde os animamos desde aquí a participar bailando como uno más. Y, si podéis, ponéos un yukata, que es la vestimenta típica para los festivales de verano. No seréis los «raros» y seguro que os metéis más en el ambiente.

Mazorcas asadas y yakitori (pincho de pollo a la parrilla) eran algunos de los manjares que podías comer en el Bon Odori

Mientras paseaban el mikoshi, los alumnos del Colegio Japonés de Madrid tocaban el taiko (tambor japonés)
Recursos:
La impresionante cascada de Goiuri
Los alrededores de cualquier ciudad que visitamos pueden ofrecernos rincones tan impresionantes como la propia localidad, y a veces, vale la pena buscar qué podemos ver que esté cerca de donde nos encontramos. Nosotros solemos ir a Vitoria a menudo, y después de recorrer esta hermosa capital, estamos empezando a explorar sus alrededores, encontrándonos con maravillas como la cascada de Goiuri o Gujuli.
Este impresionante salto de agua de 105 metros de altura lo forma el río Oiardo, afluente del Altube, que en el transcurso de los siglos ha excavado un impresionante cañón en la roca caliza que bordea el Parque Natural de Gorbeia. La cascada de Gujuli se encuentra a escasos 30 km de Vitoria-Gasteiz, en la carretera que une Orduña con Murguía, antes de llegar al pueblo de Goiuri-Ondona, y está bien señalizado el desvío. Dispone de parking para dejar los vehículos y debemos continuar a pie. El camino a la cascada está pensado para no ofrecer dificultades para nadie, ya que el terreno es llano y accesible, en un trayecto de unos 10-15 minutos entre prados verdes hasta un mirador que se ha habilitado para disfrutar del tremendo paisaje de la zona. Una valla de madera a una distancia prudencial del borde del desfiladero asegura las instantáneas sin pisar terreno que pueda ceder bajo nuestros pies.
El área también dispone de una plataforma metálica desde la que se contempla mejor el barranco y se pueden sacar fotos con una perspectiva diferente, y existen bancos de camping para disfrutar de las vistas mientras comemos tranquilamente.
Hay otra perspectiva de la cascada de Goiuri más impresionante, justo al nivel del salto que efectúa el Oiardo, pero es más peligrosa y de peor acceso. Debemos continuar hasta Goiuri-Ondona y girar a mano derecha para luego aparcar nuestro coche y continuar a pie cruzando las vías del tren con cuidado, puesto que cada 15-20 minutos pasa uno. Saltando una valla con mucho cuidado y siempre alejados del borde (el barro es muy resbaladizo), podremos disfrutar de una perspectiva de vértigo de la cascada. Pongo especial énfasis en la seguridad porque vimos una placa en recuerdo de alguien que, seguramente por un mal paso, se despeñó.
Cabe señalar que, aunque nosotros fuimos en Junio, la cascada tenía bastante agua debido a las lluvias tardías, pero en verano prácticamente se seca, como muchos arroyos y ríos de poco caudal. En otoño y primavera seguro que es una estampa mucho más impresionante, y volveremos para volver a fotografiar una de las cascadas más altas de España.
Cómo llegar a la cascada de Goiuri:
Desde Vitoria-Gasteiz, tomaremos la autovía N-622 hacia Bilbao, y saldremos por la salida 22 a la carretera local A-2521 en dirección a Orduña. A pocos kilómetros encontraremos el cartel indicando el desvío a la derecha para acceder al aparcamiento del mirador. Si seguimos por esta misma carretera llegaremos en un par de minutos al pueblo de Goiuri-Ondona.
Recursos:
- Álbum de fotos de la cascada de Gujuli en flickr.
- Artículo del diario El País en el que cuentan la leyenda de cómo se formó la cascada de Gujuli.
El festival medieval de Hita, un viaje al pasado
En España son bastante populares las ferias del medievo, que están extendidas por numerosas localidades que cuentan con un castillo (o no) y que atraen a muchos turistas a sus mercados. Pero todos ellos siguen un patrón y una tónica que, hace más de 40 años, estableció el festival medieval de Hita, Guadalajara.
Este pueblo guadalajareño, célebre por su arcipreste, se engalana el primer sábado de Julio desde que en 1961 se celebrase su primer festival, más discreto y humilde pero pionero. La idea se le ocurrió a Manuel Criado del Val, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que escenificó ‘Doña Endrina’, fragmento de la obra que hizo famoso al pueblo, El Libro del Buen Amor. Organizado y promovido por el Doctor Criado, por el festival empezaron a pasar actores de renombre, ministros y famosos en general. En los años 70, la Diputación Provincial de Guadalajara tomó el relevo en la organización del evento, pero el verdadero punto de inflexión en el festival medieval de Hita sucedió a principios de los años 90, cuando sus habitantes comenzaron a volcarse de lleno en él, llevando todos durante su celebración vestimentas de época, decorando sus ventanas y balcones con pendones y participando en las representaciones que tienen lugar.
Esta dedicación se respira desde que pones un pie en la ciudad, la implicación de sus ciudadanos es loable y se nota que disfrutan con ello. Lo que en un principio parecía un típico mercadillo medieval a los pies de la muralla de Hita, pasó a ser algo más cuando llegamos a la Plaza del Arcipreste, uno de los epicentros de la celebración. Me sentía un poco fuera de lugar al ver a tanta gente ataviada como lavanderas, caballeros y campesinos. Exhibiciones de lucha, música callejera con instrumentos de la época, bufones y malabaristas amenizaban la calurosa tarde, mientras un escenario vacío esperaba ansioso la llegada de la noche para entrar en acción. Me llamaron la atención las botargas, figuras del folclore popular ataviados con máscaras, cuernos y cencerros, que se paseaban y bailaban al son de la música.
Antes he dicho que las representaciones teatrales son uno de los epicentros del festival. Compañías de renombre y amateurs representan obras diversas y en especial de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, a quien debemos esta estupenda fiesta, y que han colocado Hita en el mapa de los festivales de España. El otro atractivo del festival lo ponen las justas medievales, que van precedidas por una procesión popular hasta llegar al palenque construido para tal fin en las afueras de la muralla. Los caballeros suelen ser los mismos todos los años y engalanan sus monturas con gualdrapas de terciopelo del color que los representan, en una estampa imponente. En el torneo caballeresco los participantes realizan pruebas de habilidad medievales como las justas con bohordos o ensartar anillos o sortijas en su bohordo.
El público aplaude con entusiasmo al caballero de cuyo color es la grada en la que está y éstos y sus escuderos se enzarzan en piques y duelos entre ellos y con el público, que abuchea sin miramientos, metidos por completo en el espectáculo. Nosotros no pudimos estar en las gradas (ya que hay que comprar entrada para ello y se agotan con mucha rapidez), pero desde la muralla las vistas eran muy buenas y además podíamos escuchar los chismorreos de los aldeanos sobre los caballeros: que si éste es el sobrino del rey y por eso ha ganado esa prueba, que si este otro es malo con avaricia, etc.
El tercer atractivo del festival medieval de Hita es la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma, perteneciente, cómo no, al Libro del Buen Amor, y que es una parodia de las justas de la época. Por desgracia, Hita nos absorbió por completo y no pudimos asistir a él, lo que nos da una excusa perfecta para visitar una vez más este lugar. Y si os ha gustado lo que os he contado, estoy segura de que vosotros también lo visitaréis 🙂
Recursos:
Un fin de semana viajando en coche por Normandía
Muchas veces, a la hora de elegir un destino, nos sentimos limitados por temas económicos o incluso por horarios. El vuelo que nos cuadra en el presupuesto sale demasiado temprano o demasiado tarde y no hay servicios de transporte regulares desde el aeropuerto; sólo hay un tren al día, hay que cogerlo en una ciudad lejana, hace mil paradas y tarda un montón de horas; no hay autobuses regulares que hagan el recorrido que queremos… Pero también muchas veces pasamos por alto destinos que son relativamente cercanos y que, si haces en compañía de otros conductores, pueden resultar muy interesantes para hacer un road trip en coche.
Mis primos y yo hemos optado por viajar de esta forma en más de una ocasión. Aprovechando que uno de ellos vive en Caen, hace dos años fijamos en esta ciudad francesa nuestro campamento base (que es una forma más interesante de decir que «tiramos las colchonetas hinchables en el salón de su casa») e hicimos un recorrido por la zona del desembarco de Normandía, esta vez en el coche de mi primo, pero lo cierto es que estuvimos valorando alquilar uno por si no pudiéramos contar con él, ya que por suerte hay oficinas de Sixt por todo el mundo y nos daban la posibilidad de alquilar un coche todo el fin de semana para los cuatro por poco más de 20€ cada uno.
Evidentemente, lo primero que visitamos fue Caen. Al hacer noche allí era una buena opción empezar viendo esta ciudad que, a pesar de que fue destruida casi en su totalidad durante la Segunda Guerra Mundial, conserva un impresionante castillo y un importante número de iglesias y monumentos históricos. Además, al no tener prisa por movernos, aprovechamos para cervecear tranquilamente en las terrazas de sus bares.
Al día siguiente y con
resaca las pilas recargadas, hicimos un recorrido que empezó cruzando el nuevo puente Pegasus en dirección a Arromanches, donde tras pasear por la playa de Gold Beach, plagada de bloques de hormigón que pertenecieron a un puerto mulberry, visitamos el museo del desembarco y nos comimos un buen plato de moules-frites o, lo que es lo mismo, mejillones con patatas fritas.
Nuestro viaje continuó dirigiéndonos hacia el cementerio americano de Omaha-Beach, no sin hacer antes una parada para contemplar las baterías alemanas de Longues-sur-Mer. Pasamos un buen rato buscando a los medalla de honor como nos recomendaron que hiciéramos pero, llamadnos torpes, no encontramos a ninguno de los tres que se supone que hay así que, como nos faltaba mucho por ver, sólo nos detuvimos un rato en Pointe-du-Hoc.
Ya de vuelta, como estábamos asados de calor y no teníamos ropa de baño, fuimos recorriendo los puestos y tiendas que había por los pueblos de la costa en busca de bañadores para darnos un chapuzón de última hora. Los precios que se veían eran completamente disparatados, y nuestras ganas de bañarnos iban en aumento, con lo cual, buscamos una playa nudista que supuestamente hay cerca de Merville, y realmente no se si la encontramos o no, pero como por allí había un señor en cueros, pues nosotros nos fuimos en cueros al agua también (perdonad que de aquello no haya fotos ;)).
Dejamos bastantes cosas en el tintero (buena excusa para tener que volver), pero no íbamos a estar muchos días, y también queríamos visitar algunos lugares más, como el impresionante (y masificado) Mont Saint-Michel, del que ya os hablaré, porque merece un artículo para él solo.