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Star Wars en Túnez, localizaciones de una galaxia muy lejana
Muchos hemos soñado alguna vez con visitar una galaxia muy muy lejana. La saga de La Guerra de las Galaxias es un hito en el cine de entretenimiento que ha marcado (y sigue marcando) a varias generaciones. En nuestro viaje a Túnez tuvimos la oportunidad de visitar un par de localizaciones que se usaron en la saga, y es que el universo creado por George Lucas siempre ha estado más cerca de lo que creíamos.
En la zona de Matmata, al sur del país africano, encontramos el primer escenario, en un lugar tan peculiar como en hotel Sidi Driss. La zona común, tras añadir unos cuantos elementos decorativos, se convirtió en 1977 en el interior de la casa de Luke Skywalker del planeta Tatooine. Tras el rodaje, los dueños decidieron conservar el look que le dieron los americanos y creo que fue un gran acierto, ya que es una atracción turística más además de las casas trogloditas y ayuda a la economía de la zona, una de las más pobres del país.
Siguiendo nuestro itinerario, apenas un día después volvimos al planeta desértico del universo Star Wars en Tozeur. Cerca de esta ciudad cerca del famoso desierto de sal tunecino, en Mos Espa, se encuentra el set de rodaje que sirvió para las escenas de Tatooine en 1998 para el episodio I. También se hicieron decorados en este lugar en 1977, pero en aquella ocasión el equipo de George Lucas los desmontó tras en rodaje. A su regreso para filmar la nueva trilogía decidieron dejarlos ahí.
Como muchos decorados de cine, no son más que planchas de cartón piedra pintadas sobre una estructura metálica, pero el conjunto te traslada a ese universo, y a veces esperas ver aparecer un droide o un soldado imperial detrás de una casa. Fue una lástima no poder hacer casi fotos, una tormenta de arena nos arrebató la luz y nos robó tiempo para disfrutar un poco más de esta curiosidad de cine.
Existen más localizaciones por el país, como el iglú de la casa del tío Ben, donde podremos imitar esta famosa escena del episodio IV. Espero sinceramente que la situación de Túnez se estabilice y permita volver al turismo, ya que sus maravillas naturales y culturales deberían poder ser admiradas por todos. Hasta entonces, os dejamos con nuestras fotos mientras esperamos que la nueva trilogía de de Star Wars nos devuelva la magia.
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El ayuntamiento de Plasencia
La plaza mayor de Plasencia es el punto de encuentro más común para quienes visitan el casco histórico de esta ciudad del norte de Extremadura. Y de todos sus edificios, hay uno que destaca de entre los soportales blancos, su ayuntamiento o casa consistorial.
Y no es para menos, el edificio es una casa señorial del siglo XVI obra del conocido arquitecto Juan de Álava. La fachada tiene dos arcadas y unos escudos de Carlos I sobre la puerta y en la esquina derecha, y desde el balcón se puede disfrutar de unas vistas geniales de la plaza, una vista única que hemos tenido el gusto de disfrutar en más de una ocasión 🙂
El pórtico del Ayuntamiento da casi directamente al salón de plenos, que se encuentra en las antiguas caballerizas y en el que se realizan otras actividades de vez en cuando, por lo que con suerte podréis entrar y verlo. Nosotros tuvimos la suerte de celebrar nuestra boda en él 😀
A las dependencias administrativas se accede a través de la calle del Rey, situada a la izquierda, en lo que antiguamente era la cárcel.
Uno de los principales atractivos del Ayuntamiento de Plasencia para los turistas es su campanario, concretamente la estatua que cada hora da las campanadas desde el s. XIII. Se la conoce como abuelo Mayorga y se dice que es un homenaje al relojero que construyó ese reloj, que tuvo que desplazarse varias veces durante su vida para repararlo. La estatua actual es una reconstrucción hecha en los años 70, pues la original se destruyó en el s. XVIII durante la guerra de independencia contra los franceses.
Como podéis ver, el Ayuntamiento de Plasencia es uno más de entre los atractivos de la Perla del Jerte, una ciudad con mucha historia que encierra muchas sorpresas al viajero.
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Los castells de las fiestas de Gràcia
La semana pasada se celebraron las fiestas del barrio barcelonés de Gràcia, e invitados por nuestra amiga Mònica fuimos por primera vez a ver los tradicionales castells catalanes, que se celebraban en la plaza de la Vila de Gràcia. Estos auténticos castillos humanos (como su propio nombre indica) tienen una tradición de más de 200 años, y se han sabido mantener contra viento y marea, sobreviviendo a 3 guerras durante las que se disolvieron las collas existentes. En las fiestas de este año, se habían reunido las collas de Gràcia y una delegación de las de Vilafranca y Reus para mostrar de lo que son capaces, exhibirse y competir un poco.
Desde fuera podría parecer que los castells son sólo un montón de gente apiñada y poco organizada, pero nada más lejos de la realidad. Desde donde estábamos pudimos ver cómo el cap de colla (cabeza de colla o jefe de grupo) organizaba a los miembros con esquemas en mano y una precisión milimétrica, para poder conseguir alturas de hasta 8 personas. Estamos ante arquitectura pura aplicada a una estructura formada por personas, de todo tipo de complexiones, sexo y procedencia.
La base o pinya (piña) es un elemento muy importante y se pone mucho detalle en que cada miembro de la colla esté en su sitio; al ser la base sobre la que se erige el pilar humano, su función de soporte es crucial tanto como apoyo como de «colchón» por si se derrumba el castillo. Los pilares del castillo pueden ser de 2, 3, 4 personas o más por piso, y puede llevar una segunda pinya encima de la primera (folra), e incluso una tercera (manilles). Cuantas menos estructuras de apoyo tenga el castell y menos personas por piso tenga, mayor será la dificultad.
El castell lo corona siempre un niño pequeño, la llamada enxaneta, que cuando pone los dos pies encima de su compañero y levanta la mano, da por cargado el castillo humano.
Aunque ahí podría acabar la hazaña de los castellers, la descarga del castell también es importante y un derrumbe durante este proceso es una victoria incompleta para la colla.
Puede que lo que más me impresionase de los castells es la coordinación, compañerismo y respeto por parte de los castellers e incluso el público, que llega a mandar callar para que los integrantes de la colla puedan concentrarse. Además, los miembros de las otras collas llegaron a colaborar en la pinya del castillo en curso, reforzando y dando ánimo junto con amigos y familiares.
Desde los ojos de esta extremeña se trata, sin duda, de una de las celebraciones tradicionales más impresionantes de España; y no sólo lo digo yo, la UNESCO nombró los castells Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2010. Si alguna vez tenéis la oportunidad de ver castells no os lo perdáis, el espectáculo merece la pena. Nosotros estaremos encantados de volver al año que viene a Gràcia para ver a estos castillos humanos.
Si os habéis quedado con ganas de ver más fotos, pulsad aquí.
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El campanario de Notre Dame, París a vista de gárgola
Hace un tiempo os contamos nuestra visita a la catedral de Nuestra Señora de París, la conocida Notre Dame. Tras salir del tristemente bullicioso templo, decidimos subir al campanario y contemplar las vistas que sus gárgolas llevan disfrutando tantos siglos.
Al campanario se accede por el lateral izquierdo de la catedral, seguro que la cola os da una pista de dónde está. Tras pagar 8’50€ de entrada, comenzamos la lenta subida por las escaleras de caracol de la torre. Sin ascensor que valga, los 387 escalones se hacen pesados y hay que tener cuidado para no resbalarse, ya que algunos están muy desgastados y pulidos por lustros de pisadas; pero la ascensión merece mucho la pena, ya que al terminar la subida y llegar a la galería de las quimeras, las vistas son un regalo para los ojos.
La torre Eiffel, la basílica del Sacre Coeur e incluso el distrito financiero de París pueden apreciarse desde la galería de las quimeras. Al contrario que las gárgolas, las quimeras no son desagües para el agua de los tejados, sino estatuas en toda regla con fines decorativos. La galería que lleva su nombre tiene unas cuantas interesantes a la par que grotescas, con formas humanoides y apariencia de demonios, invitan a preguntarse qué pasaría por la mente de los escultores al tallarlas. Una de las más famosas es, como me dijeron a mí, «la que no se cansa de mirar París», con su cabeza apoyada sobre sus manos y burlándose del paso del tiempo mientras sigue estoica en su posición. No puedo envidiarla más, con sus ojos de piedra habiendo contemplado tantos años esta preciosa ciudad. La otra celebridad de la galería es el «jorobado», con cuya imagen comenzábamos el post y que a mí personalmente me encanta.
Tras un tiempo admirando las tremendas vistas e hinchándonos a hacer fotos, nos hicieron pasar a la otra torre de la catedral y subimos aún más, hasta el espacio donde se encuentra la enorme campana mayor de Notre Dame, llamada Emmanuelle. Instalada en 1400, actualmente sólo suena durante las grandes celebraciones y es la única campana original de la catedral que ha sobrevivido, puesto que las 9 campanas de la otra torre fueron destruidas durante la Revolución Francesa. Eso le da más mérito al silencioso gigante que nos encontramos en la penumbra, esperando su turno para repicar, muy impresionante. Y en compañía de Emmanuelle estuvimos esperando mientras en pequeños grupos subíamos a la cima del campanario, donde unas vertiginosas vistas a 69 metros de altura nos esperaban. El tiempo en la cima de la torre es limitado (unos 5-7 minutos), y aunque yo lo apuré al máximo me pareció poco; por suerte, una vez en el hotel, las fotos tomadas terminaron el trabajo de mis ojos, y el gusanillo del estómago por la altura llegó incluso a aparecer.
La visita al campanario de Notre Dame terminó tal como subimos, con las tortuosas y a ratos resbaladizas escaleras de caracol, en esta ocasión con un poco de más de mareo que en la subida y con muy pocas ganas de hacer el camino. A pesar del precio, recomiendo mucho tener esta experiencia y contemplar lo mismo que los ojos del jorobado de Victor Hugo, París a vista de gárgola.