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15 días por Japón día 10: El museo Ghibli y Meguro
– Escrito originalmente el 8 de abril de 2010 –
El lunes perro y lluvioso seguimos adelante con el planning y nos fuimos a Mitaka a una de las cosas que más ganas tenía de ver: el Museo Ghibli, dedicado al estudio japonés de animación del mismo nombre y que tiene prestigio a nivel mundial; su principal figura es Hayao Miyazaki, un auténtico mago de los sueños y autor de películas como Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro o La princesa mononoke.
Lo primero que sorprende al llegar es el Totoro prácticamente a tamaño real que hay en la taquilla, ¡te dan ganas de pedirle la entrada!. La entrada del museo, que nosotros canjeamos por las cutres sacadas en un conbini, son 3 fotogramas de una película, a nosotros nos tocaron de Totoro y Chihiro, y aunque no eran escenas clave ni nada, molaban un montón.
¿Y qué decir del museo? No sabría por donde empezar. La parte de abajo está llena de dioramas y animaciones mediante dibujos en serie iluminados con luz estroboscópica; en especial me gustó uno grande con figuritas con varios personajes de sus películas más conocidas. Tambien hay una sala de proyecciones en la que ponen cortos que sólo pueden verse allí; a nosotros nos tocó uno nuevo que habían hecho, sobre una niña que se va de excursión que tenía una narrativa muy peculiar, muda y con las onomatopeyas pintadas que se movían y llegaban a empujar a la niña, muy chulo.
La segunda planta mostraba el proceso de creación de una película: desde las fotos en las que basarse para hacer los diseños, bocetos, coloreado, entintado, fotolitos, etc. Las paredes estaban llenas de diseños de las pelis, había storyboards completos de algunas para ojear y pequeñas pantallas con manivelas para ver las animaciones con las hojas. Todo en un par de habitaciones abarrotadas de objetos que podrían haber sido una referencia para un diseño, calefactores, reproducciones de comida y bebida, etc., ¡hasta vimos una botella de vino de Rioja! En el mismo piso, pero en otra sala había una exposición temporal sobre Ponyo en el Aacantilado, su última película, que mostraba su proceso de animación, pequeños vídeos sobre cómo habían hecho determinados efectos (muy currados, me quedé boquiabierta), libros y cajas con manivela para ver la animación de algunas escenas….en fin, una burrada de cosas. Mira que no me levanta pasiones la película, pero la exposición me hizo apreciar al menos el esfuerzo y el mimo que le han dedicado. Como curiosidad, tenían las más de 700.000 hojas sobre las que se hacen los fotolitos que componen la película, en mitad de la habitación, un montón enorme, jejeje, y un par de estatuas de Ponyo, la protagonista, muy chulas.
Más arriba había una habitación con un gatobús enorme (personaje de Mi vecino Totoro) de peluche para que jugaran los niños y la tienda, donde babeé todo lo que fui capaz con las chorradillas y las no tan chorradillas, como las reproducciones del avión de Porco Rosso. ¿5000 yenes por una reproducción a escala 1:72? Para ellos, ¡serán careros!
Mi conclusión sobre el museo es que si te gusta Ghibli, vayas. Si te gusta Disney, vé. Y si te gusta la animación en general y su mundillo, vé. Es muy visual y entretenido, más interactivo que el museo Tezuka (quizás por ser de animación y no de manga y que sus películas son mucho más recientes). Lo considero una visita obligatoria para cualquier buen aficionado, y muy recomendable como curiosidad para el turista normal. Si lleváis críos, además, os puedo asegurar que se lo van a pasar genial, está hecho para ellos y estaba llenito de ellos, aunque no se hacía molesto. No hay fotos casi porque están prohibidas dentro, así que os dejo conmigo y un guardián de El Castillo en el Cielo. Si queréis ver más fotos (algunas del interior), os recomiendo visitar nuestro post sobre el Museo Ghibli:
Después de comer en un Sukiya un gyudon con sopa de miso (cómo no, si, lo se, somos adictos xD) y tener una conversación surrealista con un vejete, intentamos seguir con el plan, pero fue un fracaso. Nuestra intención era subir a la torre Mori, un rascacielos de Roppongi desde el que se ven unas vistas de Tokyo acojonantes, pero al salir del metro nos encontramos esto:
Así que quisimos probar suerte con la torre de Tokyo, que se veía desde la zona, y nos encontramos esto:
Decidimos que no era un buen día para visitar los miradores, así que fuimos a Shibuya a hacer tiempo, ya que a las 7 habíamos quedado con Razi y Nana, coleguillas de Zumi que viven en Tokyo. El primero es el tipo con el que vino la primera vez al país y ella es una japonesa que se ha criado en Vallecas pero que ahora estudia aquí. Y cómo se pasan 3 horas en Shibuya? Tomando un matcha frapuccino (batido helado de té verde) en el Starbucks e intentando grabar el cruce de Shibuya, el más transitado del mundo mundial.
Y digo intentando porque deben de estar un poco hasta los cojones de que los gaijin (extranjeros) se agolpen en las cristaleras que dan al cruce y colapsen el pasillo del local, porque no dejaban grabar ni hacer fotos; yo lo intenté con ayuda de unos americanos que había cerca que me chivaron cuando se fue el camarero y no pude grabar un puñetero semáforo en verde entero. Y ahí estaba yo frustrada cuando llegaron 5 rubios caucásicos grandotes y se pusieron a hacer fotos con flash con total impunidad. Tras varios intentos me parapeté al lado de un francés grandote al que no se acercaban los camareros y pude grabar un semáforo en verde, aunque con flashazos reflejados de mi guardaespaldas improvisado.
Entre pitos y flautas, nuestro frapuccino eterno llegó a su fin y nos largamos a Kabukichô, donde habíamos quedado con Nana y Razi. El plan era simple, beber bajo los cerezos, muy japonés, ¿verdad? Estuvimos buscando un sitio del que le habían hablado a Nana, un canal flanqueado por cerezacos que era precioso, y nos fuimos a un conbini a por unas birras y a charlar. Deciros que el hanami, si es por la noche tiene otro nombre, yôzakura, ¿a que es curioso?.
Nos recorrimos el canal un buen trecho y entre risas y burradas varias nos metimos en una tasca a seguir con la fiesta, a base de raciones de yakitori, yakisoba y alguna cosa más de la que no me acuerdo, todo ello regado con cervecita. Una buena noche, y muy majos los dos, nos echamos una buenas risas. Luego, todos contentillos (unos más que otros) nos fuimos cada mochuelo a su olivo, que al día siguiente teníamos días atareados.
Recursos:
15 días por Japón día 04: Takarazuka y Fushimi Inari
– Escrito originalmente el 30 de marzo de 2010 –
Por fin el jet lag hizo su aparición y casi hacemos novillos en lugar de levantarnos como las personas mayores, menos mal que el plan de hoy nos hacía ilusión, que si no nos quedamos calentitos en el futón. Hoy tocaba el Museo Tezuka, dedicado a Osamu Tezuka, dios del manga. El museo se encuentra en Takarazuka, ciudad «pija» de la zona, donde el mercado del ladrillo se ha extendido por las laderas de las montañas dejando un paisaje feísimo lleno de edificios en mitad de las laderas. Esta ciudad es conocida por el teatro Takarazuka, en el que todos los papeles de las obras los interpretan mujeres; ¿que cómo se ve una señora vestida de hombre? Afeminada, lo que no desentona con lo andróginos que son los hombres. Paseamos por una de las calles principales de la ciudad, llena de sakura y sin un solo conbini. Es la primera vez que veo una ciudad en la que no hay un conbini en más de un kilómetro; tanta pijería para luego no comprarnos el tentempié de media mañana.
El museo Tezuka está bastante bien, en su puerta hay una estatua enorme del fénix de Hi no Tori, perfiles metálicos de sus personajes y un Hollywood Boulevard para sus estrellas animadas. Por dentro puedes encontrarte una amplia biografía ilustrada con fotografías, anécdotas y sus cuadernos, donde desde muy pequeño ya creaba historias. Vimos una película que decía lo mismo que la exposición, y en la que casi nos quedamos dormidos, maldito jet lag. Al final de la exposición tienes una tienda de souvenires con cosas bastante curiosas como las galletas de Jack Black o Astroboy, una biblioteca con ejemplares de todas las obras en todos los países donde se han publicado y ejemplares originales de los magazines donde se publicaron sus historias y sus recopilaciones. También hay pantallas con juegos para los críos, para pintar personajes en papel semitransparente, colorearlos, etc. Podría ser mucho mejor, pero te haces una buena idea de lo grande que es este hombre y lo que significa para el mundo hoy en día, aunque no nos demos cuenta de hasta dónde llega su influencia en el mundo de la historieta.
De regreso a la estación encontramos ¡un conbini! Aunque claro, al lado del andén, y picamos algo para aguantar hasta la comida, que devoramos como gatos salvajes. En mi línea de no comer nunca lo mismo, probé el curry de carne de vacuno con una sopa de miso que me supo a gloria, y repuestas fuerzas nos fuimos a Fushimi Inari.
Fushimi Inari es un santuario de Kyoto que tiene una particularidad: un camino que sube por la montaña lleno de torii, puertas rojas de esas que hay a las entradas de los santuarios sintoístas. Aunque hay mucha gente subiendo y bajando continuamente, al estar tan juntos los torii unos de otros parece que estés en un túnel larguísimo y te aísla bastante, ideal para dar un paseo tranquilo.
Otra cosa curiosa es que en lugar de los típicos gigantes a los lados de las puertas de los templos, en éste las flanquean zorros o kitsune, animales mitológicos que pueden transformarse en cualquier ser.
En la parte superior del camino había otro bosque de bambú con las cañas mucho más apretadas y cuando hace viento, se oye el entrechocar hueco. Lástima que se parara el aire cuando estuvimos.
Por la noche, decidimos que ya era hora de ir al McDonalds a probar las hamburguesas raras que hay aquí. La verdad es que la de teriyaki estaba buena, pero es MUY pequeña, me quedé con hambre y tuve que comprarme una McPork, hamburguesa de cerdo, que también estaba muy buena, pero igual de pequeña, claro que por 100 yenes no puedes pedir mucho 🙂
Recursos:
El triángulo del arte, el núcleo de museos de Madrid
Cuando vamos de visita a una ciudad, muchas veces nos centramos en ver sus monumentos y parques, dejando de lado cosas que, en mi opinión son un importante pilar turístico: los museos. Esas «aburridas» salas llenas de cuadros y exposiciones atraen cada año a miles de aficionados al arte y gente curiosa en general, y constituyen a veces un remanso de paz en medio del ajetreo de una visita. Madrid es una de esas ciudades con un patrimonio artístico importante, y en la zona centro de la ciudad se encuentra una singular concentración de museos, en lo que se suele denominar el triángulo del arte.
El triángulo del arte tiene su eje central en el Paseo del Prado, y lo componen el Museo del Prado, el Museo Thyssen, el Museo Reina Sofía y el Caixaforum. Además de estos edificios, el ambiente animado de la zona, lleno de artistas de varias disciplinas, y con visitantes y turistas por doquier, le dan mucha vida, y sin llegar a la aglomeración (al menos en mi experiencia).
Del Museo Nacional del Prado poco hay que decir; en mi opinión es el museo más famoso de Madrid y una visita obligada, yo lo he visitado varias veces y aún me quedan cosas por descubrir porque es muy grande! En él podemos disfrutar de una gran colección de obras de Rubens, el Bosco, Velázquez, Caravaggio, Zurbarán, y uno de mis pintores favoritos, Goya, entre muchos otros. Además de la colección permanente, siempre hay exposiciones temporales con verdaderas joyas de todas partes del mundo, lo que hace de una visita algo único.
El Museo de Arte Thyssen-Bornemisza se pueden ver obras de pintores que van desde el siglo XIII hasta el XX; es una colección más variada y complementa mucho a lo que se puede ver en el Prado. Ver a Alberto Durero y Paul Cèzanne a tan sólo un par de salas me parece fantástico, historia del arte condensada, y aquí también realizan exposiciones temporales, algunas geniales.
Caixaforum es un centro sociocultural de La Caixa, donde siempre hay exposiciones y actividades culturales. Su entrada con formas poligonales metálicas es muy característica, y el jardín vertical que hay al lado es muy reconocible.
El Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía está dedicado enteramente al arte moderno en todas sus disciplinas, y aunque no seáis fans de las tendencias actuales, recordad que aquí podéis admirar muchas obras de Picasso, incluido el famoso Guernica. Esta galería está un poco más apartada del resto de lugares que he mencionado, pero también se accede a través del Paseo del Prado y lo encontraréis fácilmente.
Como he dicho antes, el Triángulo el Arte no sólo lo forman los museos de la zona, sino que es el ambiente en sí: por todo el Paseo del Prado puedes encontrarte artistas pintando, músicos y puestos donde los aficionados venden su obra a quien la aprecie. La Cuesta Moyano tiene un mercado de libros permanente en el que se puede encontrar de todo, y el Jardín Botánico se encuentra junto al Museo del Prado, completando la estampa del lugar.
Así que si pensáis visitar Madrid, buscad un buen alojamiento en el centro con alguna web tipo Trivago y echadle un vistazo a lo que pueden ofreceros estos centros culturales y pasad unas horas en ellos, no os arrepentiréis. Luego si queréis podéis ir a relajaros al Parque del Retiro, que se encuentra muy próximo y en él podréis pensar en las obras expuestas en el tiángulo del arte.
¿Cómo llegar al triángulo del arte?
Todos estos museos y lugares se encuentran alrededor del Paseo del Prado, podéis consultar exactamente dónde está cada sitio en el siguiente mapa:
Recursos:
El museo del aceite en Robledillo de Gata
La comarca de la Sierra de Gata es la más occidental de Extremadura, limitando con Portugal, y debido a la distancia con las ciudades importantes y a su relieve montañoso siempre ha estado un poco aislada. Este aislamiento, sin embargo, ha permitido que sus pueblos conserven su arquitectura popular y sean un destino cada vez más popular de turismo rural.
Robledillo de Gata, el municipio situado más al Norte de la comarca, es un lugar muy peculiar que parece estancado en el tiempo, y allí encontramos el Museo del Aceite «Molino del Medio», situado junto al río en una antigua almazara medieval. La pequeña estancia se conserva muy bien y podemos observar por dónde entraba el agua que accionaba entre otras cosas la muela que trituraba las aceitunas para convertirlas en una pasta de la que posteriormente se extraería el aceite de oliva. Mediante carteles explicativos, dibujos y algunas maquetas a escala podemos ir viendo el proceso de fabricación de uno de nuestros productos nacionales, y que del que esta comarca tiene una Denominación de Origen excelente.
Además de elementos relacionados con la recogida y elaboración de aceite de oliva, el museo cuenta con objetos de todo tipo que se utilizaban en la vida diaria, como lámparas, candiles, cosas de cocina, ollas de almacenaje de embutidos y queso, etc.
El museo puede visitarse por cuenta propia o mediante visita guiada por el dueño, Julio, siempre mediante contacto previo por teléfono o mail. Este hombre transmite su pasión por el producto y responderá pacientemente a cualquier pregunta que los no iniciados podamos tener sobre cómo lo elaboraban hace siglos. Anexo al museo tenemos una tienda con productos de la zona donde no puede faltar aceite de oliva de la D.O. Gata-Hurdes, y libros sobre la zona y el aceite.
Sin duda es una oportunidad única para viajar al pasado y descubrir un poco más sobre este producto nacional tan apreciado en todo el mundo. Si os acercáis por la zona, no dudéis en visitarlo 🙂