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China: el encanto de una cultura milenaria
Hay veces en las que las circunstancias deciden por tí tu siguiente viaje, y así fue con nuestra luna de miel. Pensábamos en alguno de los países de la península de Indochina (Tailandia, Camboya…), pero mirando itinerarios pensamos que era mejor un destino menos frecuente estos últimos años; y como por casualidad, surgió China.
Al principio no nos entusiasmaba la idea, pero no podíamos estar más equivocados: la cultura china se remonta a más de 2000 años, es compleja, misteriosa y lo que podamos pensar en un principio sobre ella tiene poco que ver con la realidad.
Lo que más sorprende de China es la dimensión de las cosas, TODO es a lo grande. Grandes rascacielos, monumentos gigantescos (sin ir mas lejos la Gran Muralla), miles de personas en cada rincón y el acoso de los vendedores ambulantes a los pobres turistas podría parar un tren, ¡menuda presión! Y nosotros, que íbamos en un tour organizado, creo que nos cruzamos con tooodos y cada uno de ellos, deberían habernos dado un premio o algo.
Beijing, su capital, es como un animal por cuya sangre discurren ríos de personas en todos los medios de transporte posible: coches, sus famosos triciclos o las «casimotos» inundan sus vías y te invitan a mezclarte y a empaparte del ritmo de la ciudad. Sus edificios, tanto antiguos como actuales, son una demostración clara del poder gubernamental y consiguen sorprender a cualquier visitante, como los invasores mongoles, que tras ocupar la ciudad decidieron quedarse y crear una dinastía.
Xian es un lugar simplemente mágico. Sus guerreros de terracota le han dado fama internacional pero, como digo, hay mucho más. Creo que no nos hemos sentido más dentro de la China tradicional que paseando por las laberínticas calles de los alrededores de su mezquita, llenas de comercios y puestos de comida; nos supo a poco y, de volver, estoy segura de que le haríamos otra visita.
Shanghai es una China diferente, más moderna y con un estilo arquitectónico más occidental debido a la influencia inglesa y francesa, además, el aire futurista de su malecón dejaba a algunas zonas de Manhattan a la altura del betún.
En definitiva, China es un país que sorprende en muchos aspectos y para bien, por lo menos nosotros disfrutamos de una experiencia apasionante y nos llevamos muy buenos recuerdos (algunos malos, como con todo, pero el balance sigue siendo positivo). Os invitamos a descubrir un trocito de ella a través de nuestros ojos, ¿nos seguís? 😉
Podéis ver más fotos del viaje en esta presentación. Dale al play y disfrutad 🙂
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Descubriendo #destinoFlandes en pleno Madrid
Las regiones belgas de Flandes y Bruselas se han convertido a lo largo de estos años en algunos de nuestros lugares preferidos para desconectar y disfrutar, no en vano, abrimos este humilde blog con una entrada sobre un local de Brujas. Por eso mismo, cuando se nos brindó la oportunidad desde Blog on Brands de conocer un poco más todo lo relacionado con ellas, no perdimos la oportunidad.
Y qué mejor lugar para hablar de Flandes que el Atelier Belge, un restaurante y cervecería belga situado en pleno Madrid donde la Oficina de Turismo de Flandes organizó una cena típicamente belga para un grupo de blogueros como nosotros deseosos de descubrir las maravillas que ofrece este lugar.
Nuestra maestra de ceremonias fue Ángeles Alonso-Misol, que con gran entusiasmo nos contó la gran cantidad de actividades que proporciona Flandes a quienes deciden visitarla, como mercadillos callejeros, una gran oferta cultural de todo tipo (música, museos, exposiciones, y un largo etcétera), preciosos monumentos, una arquitectura peculiar y, por supuesto, su gastronomía; el chocolate y la cerveza se han convertido en grandes embajadores de Flandes y cuando uno está allí es casi obligatorio degustarlos en alguna de sus variedades.
Pero como aparte de estos dos productos la gastronomía flamenca tiene mucho más que ofrecer, la cena a la que asistimos sorprendió con algunos planos realmente deliciosos, como la raya a la mantequilla, la pintada rellena o los tipiquísimos moules-frites, mejillones al vapor con patatas fritas, un clásico muy fácil de encontrar en cualquier ciudad de Flandes.
Los entrantes creativos, combinando lo tradicional y lo moderno, fueron del agrado de todos, como la mantequilla especiada acompañada de panes típicos de las distintas zonas de Bélgica o la tortilla de patatas con huevo crudo y patata confitada.
Y cómo no, en toda cena belga no podía faltar la cerveza. Para regar estos platos nos ofrecieron Tripel Karmeliet (una de mis cervezas favoritas), Chimay Azul Gran Reserva y Kasteel, la única que no conocía todavía. Está visto que tendré que seguir probando cervezas flamencas 😉
Tras esta velada, sólo puedo decir que Flandes sigue hechizándonos a través de todo lo que ofrece, y que cuanto más conocemos, más queremos. A pesar de las veces que hemos ido, estamos seguros de que volveremos, y es muy probable que hagamos un recorrido más gastronómico 😀
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15 días por Japón día 10: El museo Ghibli y Meguro
– Escrito originalmente el 8 de abril de 2010 –
El lunes perro y lluvioso seguimos adelante con el planning y nos fuimos a Mitaka a una de las cosas que más ganas tenía de ver: el Museo Ghibli, dedicado al estudio japonés de animación del mismo nombre y que tiene prestigio a nivel mundial; su principal figura es Hayao Miyazaki, un auténtico mago de los sueños y autor de películas como Mi vecino Totoro, El viaje de Chihiro o La princesa mononoke.
Lo primero que sorprende al llegar es el Totoro prácticamente a tamaño real que hay en la taquilla, ¡te dan ganas de pedirle la entrada!. La entrada del museo, que nosotros canjeamos por las cutres sacadas en un conbini, son 3 fotogramas de una película, a nosotros nos tocaron de Totoro y Chihiro, y aunque no eran escenas clave ni nada, molaban un montón.
¿Y qué decir del museo? No sabría por donde empezar. La parte de abajo está llena de dioramas y animaciones mediante dibujos en serie iluminados con luz estroboscópica; en especial me gustó uno grande con figuritas con varios personajes de sus películas más conocidas. Tambien hay una sala de proyecciones en la que ponen cortos que sólo pueden verse allí; a nosotros nos tocó uno nuevo que habían hecho, sobre una niña que se va de excursión que tenía una narrativa muy peculiar, muda y con las onomatopeyas pintadas que se movían y llegaban a empujar a la niña, muy chulo.
La segunda planta mostraba el proceso de creación de una película: desde las fotos en las que basarse para hacer los diseños, bocetos, coloreado, entintado, fotolitos, etc. Las paredes estaban llenas de diseños de las pelis, había storyboards completos de algunas para ojear y pequeñas pantallas con manivelas para ver las animaciones con las hojas. Todo en un par de habitaciones abarrotadas de objetos que podrían haber sido una referencia para un diseño, calefactores, reproducciones de comida y bebida, etc., ¡hasta vimos una botella de vino de Rioja! En el mismo piso, pero en otra sala había una exposición temporal sobre Ponyo en el Aacantilado, su última película, que mostraba su proceso de animación, pequeños vídeos sobre cómo habían hecho determinados efectos (muy currados, me quedé boquiabierta), libros y cajas con manivela para ver la animación de algunas escenas….en fin, una burrada de cosas. Mira que no me levanta pasiones la película, pero la exposición me hizo apreciar al menos el esfuerzo y el mimo que le han dedicado. Como curiosidad, tenían las más de 700.000 hojas sobre las que se hacen los fotolitos que componen la película, en mitad de la habitación, un montón enorme, jejeje, y un par de estatuas de Ponyo, la protagonista, muy chulas.
Más arriba había una habitación con un gatobús enorme (personaje de Mi vecino Totoro) de peluche para que jugaran los niños y la tienda, donde babeé todo lo que fui capaz con las chorradillas y las no tan chorradillas, como las reproducciones del avión de Porco Rosso. ¿5000 yenes por una reproducción a escala 1:72? Para ellos, ¡serán careros!
Mi conclusión sobre el museo es que si te gusta Ghibli, vayas. Si te gusta Disney, vé. Y si te gusta la animación en general y su mundillo, vé. Es muy visual y entretenido, más interactivo que el museo Tezuka (quizás por ser de animación y no de manga y que sus películas son mucho más recientes). Lo considero una visita obligatoria para cualquier buen aficionado, y muy recomendable como curiosidad para el turista normal. Si lleváis críos, además, os puedo asegurar que se lo van a pasar genial, está hecho para ellos y estaba llenito de ellos, aunque no se hacía molesto. No hay fotos casi porque están prohibidas dentro, así que os dejo conmigo y un guardián de El Castillo en el Cielo. Si queréis ver más fotos (algunas del interior), os recomiendo visitar nuestro post sobre el Museo Ghibli:
Después de comer en un Sukiya un gyudon con sopa de miso (cómo no, si, lo se, somos adictos xD) y tener una conversación surrealista con un vejete, intentamos seguir con el plan, pero fue un fracaso. Nuestra intención era subir a la torre Mori, un rascacielos de Roppongi desde el que se ven unas vistas de Tokyo acojonantes, pero al salir del metro nos encontramos esto:
Así que quisimos probar suerte con la torre de Tokyo, que se veía desde la zona, y nos encontramos esto:
Decidimos que no era un buen día para visitar los miradores, así que fuimos a Shibuya a hacer tiempo, ya que a las 7 habíamos quedado con Razi y Nana, coleguillas de Zumi que viven en Tokyo. El primero es el tipo con el que vino la primera vez al país y ella es una japonesa que se ha criado en Vallecas pero que ahora estudia aquí. Y cómo se pasan 3 horas en Shibuya? Tomando un matcha frapuccino (batido helado de té verde) en el Starbucks e intentando grabar el cruce de Shibuya, el más transitado del mundo mundial.
Y digo intentando porque deben de estar un poco hasta los cojones de que los gaijin (extranjeros) se agolpen en las cristaleras que dan al cruce y colapsen el pasillo del local, porque no dejaban grabar ni hacer fotos; yo lo intenté con ayuda de unos americanos que había cerca que me chivaron cuando se fue el camarero y no pude grabar un puñetero semáforo en verde entero. Y ahí estaba yo frustrada cuando llegaron 5 rubios caucásicos grandotes y se pusieron a hacer fotos con flash con total impunidad. Tras varios intentos me parapeté al lado de un francés grandote al que no se acercaban los camareros y pude grabar un semáforo en verde, aunque con flashazos reflejados de mi guardaespaldas improvisado.
Entre pitos y flautas, nuestro frapuccino eterno llegó a su fin y nos largamos a Kabukichô, donde habíamos quedado con Nana y Razi. El plan era simple, beber bajo los cerezos, muy japonés, ¿verdad? Estuvimos buscando un sitio del que le habían hablado a Nana, un canal flanqueado por cerezacos que era precioso, y nos fuimos a un conbini a por unas birras y a charlar. Deciros que el hanami, si es por la noche tiene otro nombre, yôzakura, ¿a que es curioso?.
Nos recorrimos el canal un buen trecho y entre risas y burradas varias nos metimos en una tasca a seguir con la fiesta, a base de raciones de yakitori, yakisoba y alguna cosa más de la que no me acuerdo, todo ello regado con cervecita. Una buena noche, y muy majos los dos, nos echamos una buenas risas. Luego, todos contentillos (unos más que otros) nos fuimos cada mochuelo a su olivo, que al día siguiente teníamos días atareados.
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15 días por Japón día 09: Harajuku y Shibuya
– Escrito originalmente el 7 de abril de 2010 –
Sé que estábais deseosos de más entradas, pero he estado bastante ocupada y hecha polvo después de las excursiones…bueno, y se me ha roto el pc, por eso no he escrito. Pero espero poder ponerme al día antes de volver a las Españas.
El domingo tocaba visitar el parque Yoyogi y Harajuku, conocido porque se reúnen chicos y chicas vestidos de lolitas (vestidos con volantes a lo s. XVIII blancos y negros) y disfrazados, y aunque el cielo pintaba algo negro, para allá que fuimos. Lo primero que notamos es que el tren iba petado y que había MUCHA gente. Por desgracia apenas había niñas monas para hacerles fotos, así que nos fuimos a ver el Meiji Jingu, un santuario de la época del emperador Meiji (1900 mas o menos) donde los domingos se celebran muchas bodas tradicionales.
Da igual lo que os digan de que con suerte puedes pillar una, los domingos hay bodas, y nosotros vimos en el rato que estuvimos 5, así que ir en domingo es jugar sobre seguro.
Se accede a través de un bosque que hicieron alrededor y en el camino se pueden ver barriles de sake que son ofrendas que se hicieron. Es curioso que al emperador Meiji le gustara el vino europeo, que él mismo, para dar ejemplo a su pueblo, empezó a consumir cuando occidente se metió en el país. Decía que había que adaptarse a las cosas del presente pero sin perder el espíritu del pasado, una filosofía que claramente se puede observar en todo Japón.
Después del Meiji Jingu volvimos a probar suerte en el puente de Harajuku, y como había 1 persona más que antes, hicimos un par de fotos y nos dirigimos al parque Yoyogi, justo al lado.
Antes de entrar nos encontramos con los rockabillies, un grupo de japos que parecen sacados de Grease que todos los domingos se reúnen en Yoyogi para bailar rock del de toda la vida. Merece la pena verlos, es como transportarse a los 70, la lástima es que hay pocas mujeres, pero se mueven bien, al menos mejor que yo.
Estando en pleno hanami (celebración de la floración del cerezo), las únicas palabras que tengo para describir el ambiente del parque Yoyogi son botellón masivo. Es como una romería española, pero a lo grande y en un parque lleno de cerezos. Mola.
La zona, al estar a reventar de gente de Tokyo y alrededores hacía poco atractiva para los turistas darse una vuelta, pero nosotros, como somos así de listos, nos metimos para allá, picando primero un pincho de carne raro muy bueno y un butaman (bollo al vapor relleno de carne de cerdo que abrasaba, pero muy rico).
Menudo ambientazo había, grupos de jóvenes y viejos, gente de todas las edades ahí en lonas bien distribuidas comiendo y bebiendo de buen rollo. ¡Y sin basura tirada por todas partes! ¿A que mola que la gente sea limpia?
Y claro, con tanta comida y bebida, a la gente le entran ganas de mear, y en los servicios había una cola grande grande, kilométrica en el caso de las chicas. Había unos chicos al lado de una de las colas tocando una canción sobre la cola del váter, que si llegabas antes a tu casa que esperando, que te meas toa mientras esperas, etc. Muy majos ellos y uno con un cajón flamenco marcando el ritmo.
Como empezaba a chispear, nos quisimos ir del parque, pero entonces experimentamos Japón en estado puro: atasco de gente y la policía regulando el tráfico humano, casi morimos, madre del amor hermoso. Casi mato a un chaval porque me empujaron y me llevé su cabeza con la mochila, no he dicho más veces gomen nasai (perdón)en mi vida.
En nuestro camino para ir a comer (otra de las razones por las que nos fuimos de Yoyogi) no pudimos ir por la calle Takeshita, una muy famosa llena de tiendas de ropa gótica y de lolita, creo que lo que estaban dentro no podían ni respirar; así que fuimos por una paralela y terminamos en un Tendon Tenya comiendo tempura de nuevo.
Lo siguiente era ir a Shibuya, distrito comercial y con muchas oficinas donde los trabajadores salen a tomar algo después del curro, y conocido sobre todo por poseer el cruce más transitado del mundo. Estuvimos flipando con las pantallas de alta definición con sonido en los edificios de alrededor del cruce y después intentamos hacer fotos a la estatua de Hachiko en una de las salidas del metro. Apenas le saqué un primer plano, estaba lleno de chinos tocando los cojones. Y no pude hacerme foto con él, sentimientos a flor de piel y pérdidas recientes me hicieron salir pitando de ese maldito lugar (sabía que eso pasaría).
Estuvimos buscando el Mandarake (tienda enorme de varios pisos de figuritas, juegos y cosas de anime y manga) sin conseguirlo, en cambio, encontramos un Book Off (tienda de segunda mano con buenos precios) y Zumito pilló los tomos que le faltaban de 20th Century Boys, yo curioseé pero no compré nada. Cansados de marear la perdiz y de no encontrar la Mandarake, volvimos al hotel, donde nos fuimos a un restaurante de sushi de esos que van los platitos en una cinta y tu los vas cogiendo, que se llaman kaiten sushi. La verdad es que estaba buenísimo y eso que le ponían a los pescaditos pegotes de wasabi y que pedíamos cosas normalitas, nada de excesos (excepto el toro o ventresca de atún, comida de dioses que se deshace en la boca).
De postre encontramos una crepería al lado del Don Quijote y yo tomé un crepe de nata y chocolate y Zumito uno de chocolate y trocitos de almendras. Y llenísimos como estábamos, nos dimos una vuelta por los recreativos del Don Quijote y volvimos al hotel a morir un rato.